Que la violencia de género es uno de los más grades problemas
de este país, creo que es algo que sabemos toda la sociedad.
Se han hecho mil campañas de concienciación, se habla de
cifras de manera habitual, se ofrece número de ayuda, pero… ¿es suficiente?
La respuesta es clara, un contundente NO, puesto que no hay
evolución, no hay una salida. Es que ni siquiera
conocemos los números reales y, ni por asomo llegamos a saber qué mujer hoy, en
su casa, está sufriendo malos tratos.
Personalmente a mí, durante el confinamiento, pensar en esas
mujeres me ponía los pelos de punta. Ellas no sólo estaban en sus casas, ellas
estaban con su agresor en casa, posiblemente más irascible, más agresivo, y seguro
que se sentían en un callejón sin salida. No puedo imaginar lo que es vivir con
ello, el terror que supone, la ansiedad, la desesperación.
Las medidas que se toman están bien pero no son ni de lejos
suficiente. Creo que la violencia de género es algo que hay que trabajar de
raíz, y eso no se hace poniendo un número al que llamar o anunciando las
muertes del mes por violencia de género. Eso se debe inculcar desde bien niños.
Es más, cada vez es más elevado el número de adolescentes que son víctimas de
violencia de género, y esto no es de extrañar si nos paramos unos momentos a
analizar qué mensajes estamos recibiendo de manera constante.
Sin ir más lejos, hace unos años, trabajé haciendo rutas
teatralizadas con adolescentes y cuando había acabado la guía, volvía con ellos
hacía el punto de partida, me puse los pelos como escarpias escucharles cantar “Estoy
enamorado de cuatro babys. Siempre me dan lo que quiero. Chingan cuando yo les
digo. Ninguna me pone pero.” Miré a sus profesoras y a la psicóloga que les
acompañaba también en esa excursión y ni se inmutaban
.
No pretendo juzgar, pero a mi eso me hizo plantearme cosas,
pensé en la cantidad de estímulos que recibimos a través de canciones como
está, de libros como el famoso “Grey” o de películas como “a tres metros sobre
el cielo”, tan al alcance de adolescentes y que pueden ser tan peligrosos.
Cómo se puede llegar a suspirar por un ser posesivo,
dominante y agresivo, como ellos, en una etapa tan vulnerable, les puede hacer
tener una idea tan errónea del amor romántico. Empapelamos ciudades con posters
de esas películas, hacemos top ventas esos libros entre adolescentes, ponemos
esas canciones en las fiestas de fin de curso, y lo vemos tan normal que nadie
se escandaliza.
El control es un tipo de violencia y está exageradamente
presente en parejas jóvenes. Ya sea mediante el control de horarios, de
amigos... tanto es así que el 38% de parejas de edad entre 16 y 24 años han
sufrido este tipo de maltrato. Un dato que es realmente preocupante, puesto que
por mucha información que creemos que damos hoy en día, está claro que algo
está pasando... puesto que o no es clara, o nos estamos contradiciendo sin
darnos cuenta.
Tener estas ideas en la adolescencia es peligroso. La
adolescencia es el momento en el que las personas tenemos la capacidad de
transformarnos y de cuestionarnos las situaciones sociales que nos rodean,
buscamos la reflexión y la autonomía. Es por ello que, las sesiones de
prevención en estas etapas son fundamentales para corregir los modelos sociales
que nos han transmitido durante la infancia y que el mundo que nos rodea nos
sigues mostrando.
Debemos dar valor a las clases de tutoría en la escuela
y el instituto, de asignar un horario al psicólogo orientativo para tratar
temas éticos, morales y del desarrollo emocional, que al fin y al cabo les van
a valer para el resto de sus vidas.
No vale con una charla cada 3 meses sobre el alcohol, ni una
cada dos años sobre la sexualidad, debemos inculcar la educación emocional en
las aulas, en el sistema educativo y darles la real importancia que tienen.
Hay que trabajar junto a las matemáticas y las ciencias sociales
la autoestima, la empatía, hablar de redes sociales, de amor o de sexo, entre
otras cosas.
Nos preocupamos por qué van a estudiar, a qué se van a
dedicar en el futuro, qué notas sacan... pero no nos preocupamos de crear
adolescentes sanos, no sólo de salud, sino de mente. Adolescentes que se
diviertan sin hacer daño, que descubran el mundo sin tener que arrastrar
consecuencias a lo largo de toda su vida, que tengan criterio de elección y que
desarrollen herramientas que les haga tener fortaleza mental.
Hay que dar luz a la importancia de crecer emocionalmente y
mentalmente, al hecho de que un adolescente es un coctel de emociones y de
instintos que no sabe canalizar y que hay que orientarle.
Alentarles a que
descubran, se equivoquen, se sientan libres, porque tienen las herramientas para serlo, y saber dónde acudir cuando se sientan perdidos o ayuda para comprender qué están sintiendo.
Posiblemente integrar este tipo de programas en el sistema
educativo va a ser complicado, pero hay que intentarlo, y estoy convencida de
que si un centro nos da la oportunidad, los resultados van a ser tremendamente
buenos para que se tengan en cuenta año tras año y para que los otros centros
se hagan eco de ellos.
Hay que dar voz al psicólogo educativo, hacer fuerte su
figura en el sistema de educación y no sólo con la intención de solucionar
problemas de aprendizaje, que también son importantes, sino darle fuerza como
psicólogo del desarrollo humano.
A esa parte de la psicología que se encarga de acompañar a
las personas a lo largo de su desarrollo y que le va a ayudar a solventar
conflictos que le pueden ir surgiendo y que no sabe gestionar.
El psicólogo educativo tiene mucho que hacer, y sin duda, puede resultar un arma imparable contra la violencia de género.